CARTA DESDE MADRID
Fundido a negro. Dos palabras aparecen en la pantalla grande: “A Margo”. Tras dos horas y cuarto de apnea en el thriller rural francoespañol de Rodrigo Sorogoyen, De la mejor manera, este nombre nos devuelve a la realidad. No el del cine madrileño donde todavía se proyecta esta película, un éxito tanto de crítica -con diecisiete nominaciones a los Goyas, los Césares españoles- como de público -330.000 espectadores en Francia y cerca de 600.000 en España-. Pero el del “crimen de Petín”, como se llamó el caso que lo inspiró. O la historia del calvario que sufre una pareja de extranjeros, encarnada en la pantalla por los franceses Marina Foïs y Denis Ménochet, que llegan a instalarse en una remota aldea del noroeste de España, y se enfrentan a la extrema intolerancia de una familia de criadores locales.
En Santoalla do Monte, una aldea aislada situada en las alturas del municipio de Petin, en Galicia, donde Martin Verfondern fue asesinado por su vecino en 2010, su viuda, Margo Pool, aún vive en su casa. Rodeada de sus ovejas, esta mujer de ojos azules de 69 años se ha convertido en la última habitante de la localidad, donde persigue, sola, el sueño que tuvieron juntos de volver a la tierra. A la prensa nacional o local explica que su lugar es aquí, donde descansa su esposo. Y que, si ella se fuera, los que hicieron todo lo posible para hacerles la vida imposible y los cazadores de aquí habrían ganado…
Esta pareja, no francesa sino holandesa, había venido en 1998 para rehacer su vida lejos del ruido de la ciudad. Llegados de Amsterdam, donde Margo Pool era secretaria y Martin Verfondern, electricista, los dos cuarenta se enamoraron de Santoalla do Monte. Compraron una casa ruinosa en medio de las cincuenta casonas en ruinas, abandonadas en las últimas décadas por habitantes que partieron a buscar un futuro mejor en la ciudad o en América Latina.
Remedios y amenazas
Margo y Martin han renovado su casa y cultivado la tierra. Y se solidarizaron con la única familia que aún vivía en el caserío, la de Manuel Rodríguez, dice “O Gafas” (“los anteojos”), septuagenario reinante en escena, con su mujer, Jovita, y sus dos hijos adultos, de treinta años, Julio, el mayor, y Juan Carlos, el menor, aquejados de una discapacidad intelectual. Sin duda pensaron que estos “hippies” se cansarían rápidamente de la vida en el campo y que se irían. En ningún caso reclamarían su parte de las ganancias de la explotación de las 355 hectáreas de “montañas comunales”.
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