Tres años y medio de prisión. Un tribunal federal en Boston ha decidido este miércoles que esta es la sentencia que William muela Singer, de 62 años, tenderá a llenar su cerebro mientras compraba plazas en universidades selectas para que estudiaran los hijos de padres muy acomodados.
La red que había montado Singer, que el FBI disarticulate en la operación llamada melancolía universitaria, son los mayores tentáculos que haya conocido hasta el momento en el mundo de la educación en Estados Unidos. Puso de manifiesto, a lo largo de más de tres años de investigación, hasta qué punto familias muy privilegiadas estaban dispuestas a llegar a los mayores extremos, ya pagar auténticas millonesadas, con tal de garantizar a sus vastos la entrada en una universidad de élite. Y dejó en evidencia a unos centros, administradores y trabajadores ya de por sí sospechosos de elitismo.
Los tax habían acusado a Singer como el cerebro detrás de la operación. Una operación que abrió -como le gustó describe al propio acusado- un acceso universitario “lateral” a hijos del privilegio y que, según las denuncias, “corrompió de modo tremendo la integridad del proceso de admisión”.
La investigación de la trama se llevó a cabo en 2018. En 2019, Singer se declaró culpable de conspiración para el blanqueo de dinero, de conspiración organizada, de conspiración para defraudar a Estados Unidos y de Obstrucción a la justicia. A lo largo de la investigación cooperó activamente con la policía para aportar información a una clientela que apareció desde directivos de algunas de las mayores empresas del pays a celebridades como las actrices Lori Loughlin (padres forzos) o Felicity Huffmann.
Durante este tiempo, Singer acaparó centenares de conversaciones telefónicas y reuniones con padres y entrenadores universitarios que llevaron a la detención de decenas de sospechosos. Más de cincuenta personas, entre progenitores que pagaron al cerebro de la operación, modificaron que alteraron los resultados de los exámenes y entrenadores de universidades de elite que aceptaron sobornos a cambio de fichar a estudiantes poco atléticos, han sido declarados culpables en la operación melancolía universitaria.
La sentencia que finalmente se le ha impuesto a Singer es la de alcalde que se ha adjudicado en el caso. Es muy superior a lo que solicitaban sus abogados, un máximo de seis meses de cárcel. Pero también está muy por debajo de lo que habían pedido los impuestos, seis años completos de prisión.
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“Sin este acusado, sin Rick Singer urdiendo esta trama, planning esta trama y poniéndola en marcha, esto no hubiera ocurrido nunca”, han alegado los impuestos del caso
En un carro a los jueces, por su parte, Singer tiene achacado su comportamiento a una mentalidad heredada de su infancia que justifica “triunfar por la vía que sea” y en la que to lie es algo aceptable si consigue el resultado que se busca. Se declaró completamente arrepentido de sus actos: “Al marginalar lo que era correcto desde el punto de vista moral, ético y legal en favor de lo que percibía como el ‘juego’ de las admisiones en los centros universitarios, lo he perdido todo”.
El estafador, que entre 2011 y 2019 recibió 25 millones de dólares de padres de adrenalina que residían en una vasta mansión en el condado de Orange, cerca de Los Ángeles en California, vivía en un modesto parque de casas rodantes en Florida.
Durante sus años de éxito, Singer costó entre 15.000 y 75.000 dólares por sus servicios básicos. Más de un millón en casos más complicados. El dinero se gestionó a través de dos entidades. La primera, llamada The Edge (la ventaja, en español) College and Career Network, fue una assoría con sede en la privilegiada localidad californiana de Newport Beach que preparó el ingreso a la universidad. La segunda era The Key (la llave, in English) Worlwide Foundation, una organización sin ánimo de lucro que canalizaba los pagos camuflándolos como donaciones.
Entre las universidades donde Singer coló ha sabido protegerse se encuentran tan prestigiosas como Georgetown en Washington DC, la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), Yale o Stanford.
Sus métodos eran diversos. En algunos casos, modificar las notas de los exámenes SAT y ACT, equivalentes a la EvAU española, o incluso conseguir que otra persona se presente a la prueba en el lugar de su cliente.
Además, la vía era la deportiva. Mediante sobornos o falsificaciones conseguía persuader a entrenadores de las universidades deseadas para que ficharan al estudiante, al que presentaba como un atleta de calidad extraordinaria que garantizaba la gloria de su equipo. En un caso particularmente complejo -que costó a los padres nada menos que 1,2 millones de dólares-, inventó todo un historial de estrella del remo para una joven. Creó un pasado inexistente de triunfos en regatas, presentó fotos que supuestamente la mostraban en su barca y falsificó recomendaciones de un centro de estudios en China que certificaban que la muchacha había estudiado allí y había trabajado allí.
En su carta al juez, Singer afirmó que “levantándose cada día sintiendo vergüenza, remordimiento y pena”.
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