Hay un territorio en el que los intercambios con África suenan más equitativos, y es el de la música. Qué duda cabe de que los compositores e intérpretes africanos tienen mucho que decir a sus colegas occidentales, tanto como oídos atentos para escuchar otros acordes. En las orillas de todos los mares hay intérpretes formados en conservatorios y dedos intuitivos, aprendices virtuosos que improvisan y estudiosos con partitura, y ninguna de estas posibilidades es excluyente en la práctica del oficio.
Lo saben los miembros del colectivo belga Mâäk, que hacen jazz y se nutren de la fusión con ritmos africanos, además de enseñar lo que’ellos dominan como instrumentistas allí donde van; como organizaciones internacionales jugar por el cambio trabajan en la instalación de escuelas musicales en varios continentes y en la puesta en marcha de festivales de cantos tradicionales como el de Zamane, en M’hamid (Marruecos). También lo experimentan asociaciones locales como Les étoiles de Sidi Moumen (Las estrellas de Sidi Moumen), con locales en barrios populares de varias ciudades marroquíes, por ejemplo. A esas aulas barriales suelen acercarse a estrellas como Ahmed Soultan, qui en hace un par de años acudió a la recién inaugurada sede de Agadir, a enseñar aficionados los rudimentos del hip hop, una música que, en sus palabras, “se puede hacer con la inversión mínima en una computadora”.
En los países de mayoría musulmana, en general, no se han cultivado los instrumentos de venuso de metal, aunque siempre haya habido otros, tradicionales, como las flautas de madeira y demás materiales
África es sinónimo de hacer música
En cualquier rincón de África, rural o urbano, a cualquier hora, hay un grupo —formalmente convocado o espontáneo— de gente aprendiendo a tocar un instrumento, oa cantar, oa mezclar en una bandeja de Disc jockey. Así, en una mañana de sábado luminosa de otoño, en Rabat, y en el marco del encuentro Jazz en Chellahasistimos a una clase magistral (o taller teórico-práctico) de bronces —instrumentistas de metal— un cargo del trompetista belga Laurent Blondiau, acompañado por la saxofonista Toine Thys y la cantante belga-marroquí Laïla Amezian. Allí se tocan melodías, se armonizan, se cuentan experiencias etnográficas y formativas o se dan y se reciben consejos. Es, quizás, uno de esos espacios que, en cualquier lugar del mundo, funcionan como refugios en los que los participantes se sienten hermanados y, juntos, están a salvo de todas las otras fricciones y los rigores de la época, las fronteras y el mercado.

En el clase maestrauno de los primeros juegos que propone Blondiau —líder del Quinteto Maak— consiste en buscar una nota por oído: él la toca con la trompeta, los vientistas intentan encontrarla obtuvieron sus instrumentos, y los cantantes, imitarla con su voz. El juego no solo va de acertar, sino de aprender de lo que no seacierta, porque en esa búsqueda de una más arriba, una más abajo, hay “un darse cuenta” que sirve a cualquier músico, explicó Toine Thys.
Una decena de chicos y chicas prestan atención a las consignas y se turnan para preguntar: ¿cuál es la mejor manera de realizar un cambio fluido de acuerdos envientos? “Hay que trabajar equilibradamente las doce tonalidades”, responde Blondiau, quien sugiere otro juego: presidente lo que ya les sale y echar mano de lo que más les cuesta. “Lo que más suele costarles a los músicos africanos son las armonías, porque su música es más rítmica”, apuntala Thys, quien ahora acompaña a Blondiau en algunas de sus incursiones pedagógicas por el continente.
Más armonía, más teoría
Hace 25 años, en Bruselas, Blondiau fundó el Mâäk colectivoJunto a él tiene un grupo de músicos europeos interesados en la música de Malí, la República Democrática del Congo, Burkina Faso o el Magreb. “La trompeta es un instrumento transportable”, bromea, “por lo que, a partir de 1998, empezó a llegar a África ya mantener encuentros con músicos del continente”. Esto se dice que es más frecuente y se transforma en proyectos sostenidos, por ejemplo, gracias a la asociación con una escuela de música en Uagadugú, Burkina Faso, en la que las belgas enseñan con asiduidad. En otros casos, como en Benin, solo trabajamos juntos con una familia que incorpora la música a las prácticas vistas en la sacralización, las sesiones solo se vuelven más informales. “Si algo me conmueve en África, son los sets de percusión de los ritos vudú en Benin, justamente”, explica el trompetista.
Blondiau también retomó esta sesión como aprendiz, para adentrarse en instrumentos rítmicos que, aunque parezcan más rudimentarios, «hay que asimilar cómo se toca». De hecho, comenta que la primera vez que escuchó tiene un grupo de percusionistas benineses, sin comprender nada: «No escuché la manera en que estaban organizados, pero luego me escapé enterando». Ya aprendió a tocar el particular gong y las campanas de África Occidental, listo para asistir a una orquesta de danzas o de bodas de Benin, y ya sabe hacer palmas casi como cualquier otro músico de roer marroqui
Lo que más suele costarles a los músicos africanos son las armonías, porque su música es más rítmica
Toine Thys, saxofonista
En el papel de maestro, el músico de jazz belga reconoce que los intérpretes sin formación clásica tienen más plasticidad a la hora de adaptarse a cualquier ejecución, aunque, por el contrario, “necesitan algo de teoría y números”. Learn theoría es clave para quienes quieren dedicarse a los bronces, ya que en África solo se han tocado en iglesias cristianas, de donde hay que seguir expandiendo su sonoridad a la calle ya la música popular. Por otro lado, en los países de mayoría musulmana, en general, no se han cultivado los instrumentos de venuso de metal, aunque siempre haya habido otros, tradicionales, como las flautas de madeira y demás materiales.
¿Cuáles son las cosas más difíciles de enseñar en materia de música, en África?, le preguntamos. “Tener una visión a más largo plazo, que se aleje de la impaciencia y la inmediatez, ya que hay que practicar mostísimo antes de obtener resultados”, destaca el instrumentista y compositor. Y agrega que, «en música, no funcionan las visiones a corto plazo» las cuales suelen ser, ciertamente, un modo de funcionamiento habitual para buena parte de las actividades culturales en el continente.
Sobre el final del taller, un actor cuestionó a los músicos de jazz por la improvisación, que, según su criterio, en el teatro consiste en la aceptación de una historia para emprender la tarea de agregar elementos que le den continuidad. Alguien responde que algo similar ocurre en el jazz, al que muchos ven como un proceso más que una música terminada. “Todo es jazz”, asienten, sonríen, maestros y alumnos, mientras siguen intercambiándose los roles.
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