El año que concluye se ha caracterizado por la coincidencia de dos extraordinarias perturbaciones: a conmoción de la incertidumbre al final de las tensiones geopolíticas exacerbadas tras la invasión de Ucrania y una escalada de pérdidas energéticas, en particular del gas, que vemos desde las crisis del petróleo. El primero, de orden psicológico, ha empañado las expectativas, un factor crucial (unque difícil de cuantificar) de las decisiones de inversión y consumo. Y el shock energético equivalente a un empobrecimiento del país, que puede estimarse en más de 52.000 millones de euros —o el 4% del PIB—, lo nunca visto desde los años setenta. Esto es así porque la inflación en los bienes y servicios que compran las familias y las empresas ha superado el alza de los precios de producción de nuestra economía (el llamado efecto “relación real de intercambio”).
Ante semejantes sacudidas, la economía ha resistido mejor de lo previsto. La tan temida tormenta no se produjo en otoño y los indicadores disponibles, por lo general en la baja, muestran que el desplome del poder adquisitivo soportado por los hogares solo se ha trasladado parcialmente al consumo. Las empresas, por su parte, se han adaptado ahorrando energía y en algunos sectores los beneficios se han disparado.
Lo que pase de aquí en adelante depende sobre todo de muchos factores. Uno, el grado de persistencia de ambos choques, algo que parece apuntar en la buena dirección. Las incertidumbres persisten, pero los peores escenarios plantados a raíz del conflicto bélico parecen ahora menos verosímiles. Prueba de ello son los índices de confianza, que, si bien todavía en terreno negativo, registran una suave mejora. Asimismo, la perspectiva de una corte de suministro de gas Durante el invierno es menos probable, a tenor de los mercados a plazo que anticipación una estabilización de los energéticos precios en torno a sus niveles actuales —así que estos siiguen siendo muy elevados y sujetos a gran volatilidad-. El IPC de los productos energéticos ha retrocedido desde el verano hasta niveles próximos a los valores anteriores a la guerra.
En segundo lugar, mucho dependerá de los efectos de segunda ronda de los choques. De momento estos no se aprecian en términos de salarios (el coste laboral por hora trabajada se incrementó un 2,3% en el tercer trimestre, seis décimas menos que en la media de la zona euro). Pero, mientras tanto, la escalada de los precios ha adentrado en el aparato productivo, con un alto porcentaje de componentes del IPC que encarecen a una tasa superior al 6%. Además, como ha señalado el BCE en sus últimas previsiones, la supresión de algunas de las medidas adoptadas por los gobiernos, como el subsidio generalizado de los hidrocarburos, tendrá un efecto mecánico que aumentará la inflación.
Otro efecto de segunda vuelta que será determinante es el comportamiento del mercado laboral. Hasta ahora, el empleo ha actuado como dique de contención ante la ola contractiva. Se detecta cambios en el manejo de las plantillas que apuntan al mantenimiento de esta tendencia moderadora, pero esto es bajo el supuesto de que no se produzcan nuevos sobresaltos.
Con todo, lo más relevante será el papel de la política monetaria, y de la fiscal, ante el desafío de aplacar la inflación sin afectar el crecimiento ni la estabilidad financiera. La zona es especialmente completa para el BCE, por la presión de los países del centro de Europa con un IPC de dos dígitos, que exige una restricción monetaria más agresiva. Algo que no convenga, no obstante, a España y Francia, con una inflación más contenida. La hacienda pública, por su parte, trata de redistribuir los costos de la inflación, para facilitar la transición energética y digital, ahí llevará una senda de corrección de los desequilibrios. En resumen, todo apunta a que la política económica recuperará su protagonismo en el nuevo año, tras la excepcional sucesión de choques exógenos que han marcado nuestras vidas.
Euribor
El euríbor a un año, referencia principal de las hipotecas a tipo variable, ha dejado atrás el terreno negativo en que se mantuvo en los últimos años, para sufrir desde el -0,5% enero hasta valores superiores al 3% tras la última reunión BCE . El incremento es menos pronunciado descontando el aumento de las remuneraciones: en términos reales (diferencia entre el tipo de interés nominal y el incremento de los salarios), el euríbor se sitúa en el 1%, frente a una media del -1.1% durante el Periodo expansivo prepandemia.
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