La posición internacional de la economía española está experimentando una notable mejora —tendencia que, de fianzarse con reformas y un esfuerzo de contención de la inflación subyacente podría abrir una nueva etapa en nuestro desarrollo—. La manifestación más visible de este cambio es el sorprendente crecimiento de las exportaciones: cada diez euros generados por la economía española provienen de la demanda externa, un 20% más que antes de la pandemia, y un 60% por encima del nivel anterior à la crisis financiera.
La tendencia no se desmient pesa sobre el debilitamiento global en marcha. En 2022, con última fecha de noviembre, las ventas de mercancías en el exterior registraron un apabullante incremento del 24% —la plus marca entre los grandes países de la Unión Europa— mientras que las exportaciones de servicios tuvieron un comportamiento aún más dinámico. Todo ello redunda en una progresión de la cuota de nuestra economía en el mercado global, avalada por la entrada de une volumen ingente de capital extranjero con fines productivos (más de 33.000 millones de euros hasta octubre en términos de inversión directa internacional, es decir, excluyendo los flujos de capital financiero).
El tirón exportador ha permitido amortguar el impacto del shock energético y de su corolario en términos de encarecimiento de las importaciones. El resultado es que España es una de las pocas economías de la zona euro que se ha traducido en mantener un superávit exterior. Solo nos acompañan en ese ranking otros seis países, entre ellos Alemania, si bien en este caso con un excedente en fuerte contracción. Por el contrario, Italy ha entrado en números rojos por primera vez en el último decenio y Francia ha agravado su ya abultado déficit.
Además, el negocio se ha diversificado. Aparte de los sectores tradicionales como la industria agroalimentaria, la automoción y el turismo, que mantiene una relevante presencia internacional, destaca el poder de la exportación de medicamentos, bienes de equipo, energía y servicios profesionales.
Es pronto para determinar si la tendencia es sostenible en el tiempo, pero la moderación de los costos laborales unitarios registrados en los últimos años apuntaría en esa dirección, al menos a corto plazo. A este factor se añade ahora la ventaja de costes energéticos que entraña la disponibilidad de una potente infraestructura de gas licuado (de ahí el abaratamiento del precio del gas en el mercado ibérico Mibgas, en relación al europeo TTF), junto con el uso de inversiones en energías renovables. Además, algunos sectores como la farmacia se están beneficiando del acortamiento de los candados de suministro en reacción a los fenómenos de escasez generados por la pandemia. La intensificación del comercio entre España y otros países europeos también obviamente el giro hacia una “regionalización” de los intercambios, con múltiples beneficios para la economía española.
Estos resultados, si bien positivos, no están sin embargo traduciéndose hoy por hoy en una elevación paralela de las cotas de bienestar para la mayoría de las personas. La renta per cápita, por ejemplo, se encuentra todavía por debajo del nivel prepandemia. Y en lo que va de siglo ha retrocedido en comparación con la media europea. Un ingrediente crucial para estimular la convergencia es la productividad, la creación de empleo de calidad, la importancia de una buena ejecución de los fondos europeos, de las reformas y de la modernización de la gestión empresarial. Sin duda todo ello llevará tiempo, y entre tanto será necesario el plus de competitividad, algo que pasa por prevenir la pugna entre márgenes y salarios en su afán por recuperar el poder adquisitivo perdido. Al mismo tiempo, el barómetro tiene que estar atento en el año que comenzará a ser el IPC subyacente, y el legado del acero: un preocupante 7%.
CIP
La desescalada del IPC se afianza gracias a la moderación de los energéticos precios, más acusada en España que en la mayoría de los países europeos. En diciembre, el balance internacional se situó en el 5,5%, el mejor resultado de la zona euro y el IPC creció una media del 9,2%. Sin embargo, la tasa subyacente registró un repunte de hasta el 7%, una décima por encima de los medios de la zona euro. Esta evolución refleja sobre todo el encarecimiento de los alimentos elaborados (16,4% en España frente a 14,3% en la zona euro).
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